viernes, 26 de abril de 2013

La niña de oro, o “la restauración”


La niña de oro, o “la restauración”

Una niña de oro se confundió una vez.

Un duende chocarrero la invitó a comer los frutitos del tala cuando  estaban verdes y ácidos todavía, en los comienzos de la primavera. No era aún la época de las mieles ni de los frutos perfumados, naranjas como el sol del atardecer.

Los frutos verdes hicieron su efecto.

La niña de oro perdió un ojo, una oreja y una mano. Se le cayeron como cae la carne seca y ya inservible.

Vagó por el monte noche y día. Su olfato estaba intacto, y le decía secretos mensajes esperanzadores que ella guardaba en su corazón.

Un día, triste ya de toda tristeza y angustiada hasta el caracú, caminando el camino de los virachos, vio una humilde y bella casita de barro.

Golpeó la puerta con timidez con la mano sana. Salió una mujer que era joven y vieja a la vez. La hechicera la hizo pasar, la sentó en su mesa y le sirvió un plato de lentejas con carne de conejo.

Luego le tendió un catre con cueros de oveja en un pequeño dormitorio pintado de rosa y blanco.

--Descansa, moza—le dijo, -- ya has llegado donde debías llegar--.

Al día siguiente le dijo:

--Hoy comienza tu sanación. Te sanas tu misma. Toma este polvillo blanco, es hueso puro  de pajaritos muertos después de la lluvia. Haz una pasta con tu orina y después te la colocas en tu ojo, tu oreja y tu mano perdida. Y luego ve a hablar con las campanillas violetas y el peine de mono que crece en el monte. Míralos con tu ojo enfermo, oye el murmullo de la brisa entre sus hojas y acarícialas con tu muñón. Siente su perfume de vida. Ellas te acompañarán en el camino, y de la carne sana nacerán tus nuevos sentimientos y tus nuevos sentidos.

Y sólo come frutos de algarroba por un tiempo, te darán el vigor y la pureza para crecer--.

Todo esto le dijo la mujer sabia, que era joven y vieja a la vez.

Pasaron diez lunas.

Y la niña de oro se parió a sí misma.

Sanó su carne y sólo le quedó una cicatriz violácea alrededor de sus antiguas heridas, para recordarle que debía ser precavida y cauta.

Y cuando se encontró de nuevo con el duende juguetón, éste le dijo:

--Estos fueron los caminos que eligió tu alma para crecer--.

Y le musitó al oído donde estaban, bajo tierra, los frutos secretos a los que sólo llegan los buscadores de la verdad de los hechos.

Emma Violeta Chauvy Barolin


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