La niña
de oro, o “la restauración”
Una niña
de oro se confundió una vez.
Un duende
chocarrero la invitó a comer los frutitos del tala cuando estaban verdes y ácidos todavía, en los
comienzos de la primavera. No era aún la época de las mieles ni de los frutos
perfumados, naranjas como el sol del
atardecer.
Los
frutos verdes hicieron su efecto.
La niña
de oro perdió un ojo, una oreja y una mano. Se le cayeron como cae la carne seca
y ya inservible.
Vagó por
el monte noche y día. Su olfato estaba intacto, y le decía secretos mensajes
esperanzadores que ella guardaba en su
corazón.
Un día,
triste ya de toda tristeza y angustiada hasta el caracú, caminando el camino de
los virachos, vio una humilde y bella casita de
barro.
Golpeó
la puerta con timidez con la mano sana. Salió una mujer que era joven y vieja a la vez. La
hechicera la hizo pasar, la sentó en su mesa y le sirvió un plato de lentejas
con carne de conejo.
Luego le
tendió un catre con cueros de oveja en un pequeño dormitorio pintado de rosa y
blanco.
--Descansa,
moza—le dijo, -- ya has llegado donde debías
llegar--.
Al día
siguiente le dijo:
--Hoy
comienza tu sanación. Te sanas tu misma. Toma este polvillo blanco, es hueso
puro de pajaritos muertos después de la
lluvia. Haz una pasta con tu orina y después te la colocas en tu ojo, tu oreja y
tu mano perdida. Y luego ve a hablar con las campanillas violetas y el peine de
mono que crece en el monte. Míralos con tu ojo enfermo, oye el murmullo de la
brisa entre sus hojas y acarícialas con tu muñón. Siente su perfume de vida.
Ellas te acompañarán en el camino, y de la carne sana nacerán tus nuevos
sentimientos y tus nuevos sentidos.
Y sólo
come frutos de algarroba por un tiempo, te darán el vigor y la pureza para
crecer--.
Todo esto
le dijo la mujer sabia, que era joven y vieja a la
vez.
Pasaron
diez lunas.
Y la niña
de oro se parió a sí misma.
Sanó su
carne y sólo le quedó una cicatriz violácea alrededor de sus antiguas heridas,
para recordarle que debía ser precavida y
cauta.
Y cuando
se encontró de nuevo con el duende juguetón, éste le
dijo:
--Estos
fueron los caminos que eligió tu alma para
crecer--.
Y le
musitó al oído donde estaban, bajo tierra, los frutos secretos a los que sólo
llegan los buscadores de la verdad de los
hechos.
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